La lunay el sol
del mediodía
charlaron
en un encuentro
eclíptico
casual
inesperado:
-No me esperes -dijiste.
Lloré al alba y al preludio
de la noche.
En mis venas,
torrentes de plateada sangre
explotaron.
Despertó el diablo
que invoca a las mareas.
-No me esperes -reiteraste.
El desierto nació en mí,
surgió como un hoyo profundo
lleno de sierpes secas.
-No me esperes.
Tomaste
la mano
entonces
de ese día,
fulguroso y transparente.
Entendí de pronto
ni luz
ni oscuridad,
el día ya era
para ti
toda tu suerte.
DG.
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