En tu cabellera
habitaban sombras,
días nublados y lluviosos.
Resbalaban las notas más amargas
sobre la aspereza de tus manos.
Quise endulzar tu alma,
pero esas mieles resultaron
ser profanas,
en tu tierra ya sin dioses.
Desquebrajado el polvo,
entre las raíces
de árboles marchitos,
lograba deslizarse
de vez en cuando
la vida.
Fue la vida que yo amé,
con todos sus misterios
y esplendores;
con la pena taciturna de la muerte.
Procure ignorar
la urgencia de los latidos
y los ancestros.
Ahora, veme aquí
mientras huyo
a través de las palabras
que enhebro en el desierto.
DG.
1 comentario:
Aterrizo aquí y me quedo con tu permiso. Tienes otro seguidor más.
Un saludo desde mi paracaídas ardiendo.
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